domingo, 1 de diciembre de 2013

Adaptación de un cuento. Actividad Bloque II (borrador 1)

Érase una vez unos reyes que lo tenían todo, grandes territorios, palacios lujosos, etc. sin embargo, lo que no conseguían tener era un heredero, pues la reina no lograba quedarse embarazada.

Después de pasar por los mejores médicos del lugar, la reina consiguió dar a luz a una pequeña y preciosa niña.

Pasaron los años y aquella niña iba creciendo poco a poco. Madre e hija estaban muy unidas y se pasaban el día juntas haciendo cualquier cosa.

El rey no podía disfrutar tanto de su familia, pues siempre estaba muy ocupado en los asuntos del reino, y aunque quería a su hija y a su esposa con locura, nunca tenía tiempo de estar con ellas, ya que siempre había cosas que atender; cuando no eran los nobles, eran revueltas en sus territorios, cuando no impuestos, o alianzas o guerras.

Los reyes intentaban volver a tener otro hijo, pues querían tener un varón, pero no lo conseguían. Y así, durante un duro invierno, la reina murió.

Después de aquello nada volvió a ser lo mismo en aquel palacio.

Años después, como era lógico en la corte, el rey volvió a casarse con otra mujer. Ésta no era igual de cariñosa, ni de guapa que la primera. Y no la gustaban los niños, aunque sabía que su destino sería ser madre e intentar dar más herederos al rey.

La princesa y la nueva esposa de su padre no se llevaban bien, no era que discutieran, pero la niña sentía que estaba ocupando el lugar de su madre y la nueva reina, por otra parte, sentía que esa niña se interpondría en el camino al trono de sus futuros hijos.

Fue pasando el tiempo, y el rey se iba haciendo viejo y débil, hasta que un día cayó enfermo. La princesa no se separaba de su padre y un día éste le dijo:

-Hija mía, sabéis cuánto os quiero, y sabéis también cuánto siento no haber estado más tiempo con vos, pero quiero que sepáis que lo único que me ha alejado de dedicaros mi tiempo han sido los asuntos del reino, pues cuando eres rey has de hacer muchos sacrificios. Algún día vos seréis reina y me entenderéis. Antes de irme quiero regalaros esto, es un libro que yo escribí cuando era joven, y como sé que os gusta leer, os lo he dedicado para que nunca os olvidéis de mí.

La princesa, con lágrimas en los ojos lo abrazó y comenzó a leer el cuento sin separarse de la cama de su padre. Se quedó dormida y cuando a la mañana siguiente se despertó, su padre había muerto.

A los pocos días, su madrastra, la mujer con la que su padre se había casado, asumió la regencia, lo que la convirtió en reina, pero solo lo sería hasta que la princesa tuviera la edad adecuada y pudiera asumir el trono.

Cuando ese día llegó, la madrastra la dijo a la princesa que había llegado la hora de asumir sus responsabilidades y que debía convertirse en reina. La princesa no tenía claro que quisiera ser reina; y aunque la madrastra lo sabía, la obligaba a serlo, por lo que, para ganar tiempo, la princesa dijo a su madrastra:

-Está bien, seré reina, pero antes habré de aprender ciertas cosas sobre cómo comportarme y qué hacer en las diferentes situaciones.

La madrastra comprendió que la muchacha tenía razón y, muy a su pesar, la concedió un tiempo para aprender aquellas cosas.

Durante ese tiempo la princesa pensó qué hacer; sabía que su futuro era ser reina, pero ella no quería serlo, no quería la vida que había llevado su padre, siempre pendiente de los asuntos del reino y sin tiempo para estar con su familia, y no quería que sus futuros hijos no pudieran disfrutar de ella como madre porque tuviera que estar pendiente de otras cosas. Nadie la aseguraba que esto fuera a suceder así, pero ella no quería ni imaginarlo; ya había sufrido bastante en su infancia y no quería lo mismo para sus hijos. Así que decidió escaparse de palacio.

A la mañana siguiente cogió el libro que le había regalado su padre, una bola de cristal, en la que dentro estaba representado su palacio en pequeño y que su padre había mandado fabricar para ella cuando era pequeña, y una pulsera que su madre la había regalado cuando era niña. Con esas tres cosas y con algo de ropa de abrigo salió del palacio y se adentró en el bosque.

Una vez allí comenzó a andar y a andar, pasó por varios pueblos hasta que en uno de ellos, no se sabe muy bien por qué decidió quedarse.

Allí consiguió trabajo como doncella de una familia noble; pensaréis que éste no es trabajo de una princesa, pero lo cierto es que nadie allí la reconocía ni sabía quién era y ella así lo quería, de modo que aceptó el trabajo gustosamente. 

Los dueños de la casa en la que ella trabajaba eran también los dueños de la biblioteca del pueblo, y así ella comenzó a trabajar allí ayudándoles.

A dicha biblioteca iban tanto los nobles como los campesinos, pues en el reino se consideraba que el poder y el saber leer no debía ser algo de los privilegiados, sino un derecho de todo el mundo.

Un día entró a la biblioteca un apuesto muchacho, al que la princesa reconoció enseguida, pues era hijo de unos nobles que habían sido amigos de sus padres los reyes, y ella y ese muchacho más de una vez habían jugado juntos de pequeños.

La princesa sabía que la noticia de su desaparición la conocía todo el reino, pues su madrastra había dado orden de ello antes de asumir el trono; y en el momento que vio a ese muchacho entrar temió que la reconociera y delatara su paradero, pero no fue así, pues dicho chico ni la reconoció.

Pasaron los días y aquel muchacho seguía visitando la biblioteca y, aunque a nuestra protagonista comenzaba a llamarle la atención el chico, nunca se atrevía a decirle nada.
Así un día le comunicaron a la princesa que durante los días siguientes no debía ir a la biblioteca, sino a la casa de unos nobles a trabajar en el servicio, pues iba a celebrarse una fiesta que duraría tres días, en honor del cumpleaños del padre de familia, y ella había sido recomendada para trabajar allí.

La esperaban unos días duros, pues por las noches tendría que trabajar en el servicio de la fiesta de cumpleaños y por las mañanas tendría que ir a la biblioteca.

Cuando la princesa llegó a la casa en la que le tocaba trabajar durante los siguientes tres días, descubrió que allí vivía el muchacho que ella veía en la biblioteca, y volvió a temer que sus padres la reconocieran y desvelaran su paradero, pero al ver que no fue así la princesa se dio cuenta de que cuando alguien tiene sirvientes no suele reparar en ellos más que para mandarles cosas.

Comenzó la fiesta y la princesa, después de trabajar durante un buen rato, le pidió al cocinero, que también trabajaba con ella en la casa de los dueños de la biblioteca, que por favor la dejara asistir al baile para poder verlo. El cocinero, del que la princesa era como una hija para él, la dejó asistir, no sin antes recordarla que no se fuera muy tarde, pues al día siguiente tendría que ir a la biblioteca por la mañana. Así, la princesa se dirigió a sus aposentos y se peinó, se vistió con algunos de los vestidos que se había llevado consigo de palacio, se pintó, se puso la pulsera que su madre la había regalado y se fue al baile.

El noble muchacho, al verla, se quedó casi sin habla, pues pocas veces había podido observar a una chica tan guapa y, sin pensárselo dos veces, se dispuso a bailar con ella.

La princesa, nerviosa porque no quería que la descubrieran, apenas habló con él. El chico intentaba que la dijera cómo se llamaba y de dónde venía, pero ella cambiaba de tema constantemente. Éste se fijó en su bonita pulsera y se lo dijo, pues el pobre no sabía ya que cosas decirla para que hablaran, y ella le contestó que había sido un regalo de su madre.

De repente la princesa se dio cuenta de que era muy tarde y aprovechó un descuido del noble chico para irse del baile.

A la mañana siguiente el noble fue a la biblioteca como todos los días y vio allí a la princesa, pero no la reconoció, pues no dejaba de pensar en la muchacha que había conocido en el baile de su padre y si en alguna vez volvería a verla.

La princesa, aprovechando que el chico se levantó un momento de su sitio fue a dejar en él la bola de cristal que su padre había mandado fabricar para ella cuando era niña.

El noble, al volver a su sitio y ver la bola de cristal miró hacia un lado y hacia otro, preguntándose quién habría dejado eso allí. Cuando observó bien la bola se dio cuenta de qué palacio era el que había en su interior, y recordó quien vivía allí, y cómo él había jugado de pequeño con aquella princesa y cuánto le gustaba. Sin entender nada, cogió todas sus cosas y se marchó de allí.

Esa misma noche, era el segundo día del baile de cumpleaños, y a nuestra princesa la tocaba otra vez trabajar allí; al igual que la noche anterior, cuando terminó su labor, le pidió al cocinero que si podía irse y éste otra vez la dejó, volviéndola a recordar que no se fuera muy tarde.

La princesa fue a sus aposentos, se peinó, se cambió de ropa, se pintó, se volvió a poner la pulsera que su madre la había regalado y se fue al baile.

El noble, volvió a quedarse impresionado nada más verla y se fue hacia ella diciéndola que se alegraba de volver a verla. La conversación de esa noche no fue mucho más larga que la de la noche anterior, y la princesa seguía sin desvelarle su identidad. 

Otra vez se hizo tarde, y aprovechando que el noble saludaba a unos amigos de la familia, la princesa volvió a desaparecer.

A la mañana siguiente, el noble volvió a la biblioteca y, la princesa, de nuevo aprovechando que él se había levantado, dejó en su sitio el libro que su padre había escrito y que la había dedicado. El chico, al encontrárselo recordó la bola del día anterior y abrió el libro, viendo así la dedicatoria del fallecido rey a su querida niña. Volvió a recordar cuánto le había gustado la princesa cuando eran niños y recordó que sólo unos pocos meses antes la actual reina había difundido la noticia de que la princesa había desaparecido el día en que la iban a nombrar como reina. Comprendió entonces que si esas cosas habían llegado a él tendría que ser por algo y comenzó a preguntarse si la propia princesa las habría dejado allí. Como no encontró respuesta a su pregunta fue a la bibliotecaria (nuestra princesa) a ver si ella había visto a alguien dejar eso allí.

En cuanto se puso delante de ella, reconoció a la princesa con la que él había jugado de pequeño y se quedó sin habla.

En ese momento, ella movió su muñeca y el muchacho se dio cuenta que llevaba puesta la misma pulsera que llevaba la chica con las que había estado bailando las dos noches anteriores. Fue entonces cuando comprendió que la bibliotecaria, la chica con la que él había estado bailando, y la princesa desaparecida con la que él había jugado de pequeño eran en realidad la misma persona.

Cuando fue capaz de articular palabra, la princesa comenzó a contarle su historia y el porqué de su fuga de palacio.

Ambos decidieron contarles a los padres de él la historia de la princesa y después irse a vivir juntos. Y así vivieron felices y comieron perdices. 

FIN




EN CUANTO A LA ADAPTACIÓN...
Éste cuento es una adaptación del llamado "Toda clase de pieles". 

Si bien es cierto que hay cosas prácticamente iguales a las del cuento original, también hay muchas otras cambiadas. Por ejemplo:

He conservado el hecho de que su madre se muere, pero sin embargo he añadido que  , más tarde, también muere su padre.
He mantenido que la protagonista abandona su casa porque la obligan a hacer algo que ella no quiere, pero he cambiado dicha obligación. 
He dejado también, el hecho de que al irse de casa coge tres objetos, que luego utiliza para que el príncipe sepa quién es. y he cambiado los tres objetos.
En mi adaptación, al igual que en el cuento, la princesa se escapa al bosque. sin embargo luego no la encuentran sino que ella llega a un pueblo y decide quedarse allí. 

Estos son algunos de los aspectos que he cambiado y que he dejado igual con respecto al cuento original; sin embargo hay más.


Por otra parte he querido hacer esta adaptación para tercer ciclo de primaria. Creo que el cuento en sí podría trabajarse en prácticamente cualquier curso, pero para los más pequeños el lenguaje puede resultar algo difícil, por ello la veo adecuada para dichos cursos.